domingo, noviembre 24, 2002

Salamanca

Este fin de semana tuve la suerte y el privilegio de visitar Salamanca, elegida, junto a Brujas, Capital Europea de la Cultura 2002. Me siento muy afortunado de haber podido pisar los antiguos adoquines de la ciudad en la que alguna vez transitaron catedráticos y estudiosos de la categoría de Miguel de Unamuno y Fray Luis de León, y que actualmente llama la atención mundial por sus majestuosas infraestructuras que datan de más de 900 años.

Salamanca es una ciudad dónde se respira cultura en cada esquina e infraestructura y que basa su economía en la Universidad de Salamanca, que supera los 60,000 estudiantes. Esta universidad puede ser la analogía española de Oxford, siendo una de las más prestigiosas y antiguas de España y del mundo.

Camino a Salamanca
Nos reunimos en la estación de trenes del centro de Madrid a las 9am, pero tuvimos problemas ajenos al grupo, por lo que acabamos saliendo a las 10am de la estación de buses de Conde de Casal, al sur de Madrid. En el trayecto observamos varios pueblitos que deben tener muchos años de antigüedad y parecen encantadores, pero no alcanzan la importancia para ser de atractivo turístico masivo. Me imagino la España de Felipe II y los viajes que debieron hacer muchas personas de pueblo en pueblo, contra el frío español y el hambre de la distancia.

Salamanca
Llegamos a Salamanca a la hora de almuerzo, y mientras el bus se acerca al centro de la ciudad, observamos una inmensa catedral en la cima del centro urbano salmantino, asombrando a propios y extraños. La enorme infraestructura religiosa resalta e impacta el paisaje de la ciudad y junto a las nubes negras de la lluvia y a los rayos, se podría confundir con el castillo del Conde Drácula o con la introducción de alguna película de terror.

Después de aparcarnos, nos movilizamos rápidamente bajo los paraguas para buscar una pensión dónde alojarnos, pero Salamanca ya estaba llena y lo único que encontramos fueron dos camas en donde nos tuvimos que repartirnos para dormir por la noche.

Prontamente, comenzamos a recorrer la ciudad. En el grupo de siete viajeros formaban parte unas amigas que estudiaron en la gran universidad salmantina y por ende, fueron las líderes del viaje.

Caminar por Salamanca es entrar en un terruño diferente, haciéndonos sentir en un lugar muy distante en tiempo y geografía. Las edificaciones, muy bien conservadas, hacen que uno también se sienta distinto y muy interesado en ellas.

Dos catedrales
En Salamanca existen dos catedrales, la antigua, que data del sXII, y la nueva, que data del sXVII. Ambas son majestuosas y con una calidad de construcción altísima. Se pueden observar grabados y tallados de variados objetos y personajes, incluyendo desde un cerdo hasta un astronauta, pasando por santos, mujeres, jóvenes, ciervos, etc. Sencillamente faltan ojos, zancos y zooms para poder observar todo lo que hay.

El interior de la Catedral Antigua sigue el estándar estructural de toda iglesia católica, existiendo muchos santos a la derecha y la izquierda y un imponente altar central, hecho de oro, que ilumina la vista. Me llamó la atención ver una adoración a un personaje montado a caballo que parecía ser Pizarro y varias estuatillas religiosas. Justo en el momento que salíamos, entraban muchos monaguillos muy organizados vestidos todos de túnicas negras y llevando los parlantes y diversos artefactos para la próxima misa.

La Catedral Nueva tiene mucho colorido y muchas pinturas en el altar y a lo largo del recinto. Cuando entramos, un anciano cura estaba en el sermón misal, por lo que nos retiramos para no molestar.

Desde la torre de la Catedral pudimos obtener una vista impresionante de la ciudad y de la Catedral misma. Esa vista es una de las mejores que he visto en mi vida, llegando a ver casi toda la ciudad y el río, enmarcada por la artística infraestructura de la detalladísima catedral. En el interior de las torres existen muchos interesantes manuscritos en español antiguo que narran decretos de los reyes para la construcción de las catedrales. Existe uno en español ligeramente entendible que lee: “Decreto del Rey para pedir tributos en las Indias con el objetivo de terminar de construir la Nueva Catedral de Salamanca”.

Todos los manuscritos siguen una secuencia, y se pueden ver los primeros, escritos a mano en español ilegible, para ir evolucionando hasta los últimos, del sXVII, que son más entendibles. Lo bonito fue ver en un mismo sitio cómo evoluciona a través de los siglos una lengua tan rica, bella y a la vez popular como el castellano. Actualmente nuestra lengua es una de las más habladas del mundo, por encima del francés e inglés.

Edificio de las Conchas
Frente a la Catedral Antigua existe una extraña edificación que, a lo largo de toda su fachada, alberga muchísimas conchas talladas. En el interior existe una pequeña plaza con un pozo y unos balcones góticos muy bien elaborados. Lo que más llama la atención e impresiona la vista es el alto nivel del tallado.

Plaza Mayor
La plaza principal de Salamanca es una muy amplia y rectangular y sigue la ambientación de toda la ciudad, congregando a muchos sorprendidos turistas, pero evitando los ruidosos automóviles. En el centro, nos recibe una explanada muy grande de adoquines. A los extremos, cuatro grandes arcos nos dan la bienvenida al antiguo centro de la ciudad. Estos arcos son muy cargados de detalles y encima de ellos existen muchas ventanas y balcones residenciales de color “piedra de Salamanca”, es decir, un naranja amarronado que armonizan perfectamente con el brillo solar y el celeste pastel de cielo. En el lado occidental del paralelepípedo hay muchos grabados, banderas de España y Salamanca e incluso una coronación.

Cochinillo
Nos invadió el hambre y buscamos algún restaurante cercano a la plaza mayor. Entramos a un mesón típico de Salamanca en donde almorzamos paellas y el famoso cochinillo salamanquino. Si bien las paellas no son de mi agrado, el cochinillo me pareció un manjar, tanto su sabor como su presentación.

Universidad
Después de almuerzo descansamos unos minutos en la pensión y seguimos nuestro recorrido por la ciudad haciendo un alto en la puerta de la Universidad. Si bien todas las facultades de la universidad están esparcidas por diferentes lugares de la ciudad, existe un lugar en la ciudad dónde es el “ingreso oficial” a la universidad. La fachada de la puerta tiene una altura de más de veinte metros y en la parte superior hay unos tallados en piedra muy densos. Para mirar este portal se necesita mucha paciencia, luz, tiempo y buena visión. La costumbre al llegar a este sitio es buscar en el portal el tallado de una rana, ejercicio que todo visitante a la Universidad de Salamanca debe realizar. Me esforcé mucho en buscarlo, pero no pude hasta que me dieron la clave: derecha – abajo – calavera. En ese momento si logré apreciar, con mucho esfuerzo, una pequeña rana.

Erasmo de Rotterdam
Al otro extremo de la puerta de la universidad existe una facultad habilitada para una de las exposiciones de “Salamanca 2002”: “Erasmo de Rotterdam”.

En la exposición están los libros originales del humanista, muchos cuadros sobre él, y muchas obras en las cuales Erasmo influyó. Yo no conocía mucho del erasmismo pero esta recopilación fue muy enriquecedora para mí. Erasmo fue muy prolífico y tuvo una mentalidad muy desarrollada para su época, siendo humanista, pacifista, luchador por la integración europea, filósofo y crítico absoluto de las malas costumbres del catolicismo. La exposición me gustó mucho y me hizo pensar mucho.

Llegó la noche y la lluvia no cesaba por lo que entramos a un café donde nos encontramos con un amigo de una amiga del grupo: Armando, un historiador de Salamanca. Comenzamos a bombardearlo de preguntas y no paró de hablar ni un minuto. Fue muy interesante todo lo que nos contó sobre la ciudad, sobre España, sobre Erasmo y sobre Lutero. No nos dimos cuenta, pero dieron casi las once de la noche, por lo que nos despedimos y nos fuimos a la pensión para bañarnos y salir de marcha. En el trayecto no vimos mucha gente en las calles pero si en bares, gritando por el fatídico partido del Real Madrid en Barcelona el cual parecía ser la final del campeonato mundial.

Wild on...Salamanca
Salamanca es una ciudad muy nocturna y en la cual la tasa de discotecas por habitante es muy alta. Adicionalmente, la infraestructura gótica y clásica ha hecho que los bares y lugares noctámbulos tengan una diferencia pronunciada con otras ciudades. La ciudad estudiantil no se detiene a ninguna hora del día o noche, con excepción de la política siesta. Las calles y los bares siempre están llenos de gente, por lo que visitamos muchos sitios, pero en los que estuvimos más tiempo fueron:

Gran Vía
Existe una discoteca muy europea en la Gran Vía salmantina. En ella se reúne mucha gente de todo tipo, y la música es combinada. El problema es que existe mucho alboroto de gente reunida en un muy pequeño lugar.

Savor
La discoteca latina “Savor” de Salamanca alberga muchos latinos y tiene muchos motivos peruanos, incluyendo las líneas de Nazca y las murallas de Chan-Chan. En este sitio el merengue predomina, pero también hay espacio para cantantes como Eva Ayllón.

Abadía
La abadía es un bar que tiene la decoración basada en su nombre. Inclusive, en el bar existen unos vertedores de agua en forma de monjes y mesas extraídas directamente de un convento. El contraste viene por el oído, dado que la música es estilo “house”, muy típico de estos lares.

Camelot
Uno de los últimos lugares nocturnos que visitamos fue el Camelot, un sitio grande, con mucha gente en diferentes niveles y ambientada especialmente para hacerte sentir en la corte del Rey Arturo. Algo muy curioso de las discotecas europeas, y en especial ésta, es que al no poseer guardarropas, la gente se las tiene que ingeniar para guardar abrigos. En el Camelot, las espadas de la decoración parecieron un buen sitio dónde guardarlos, por lo que se acumularon cientos a lo largo de los pasillos. El problema vino en la mañana, dado que fue muy difícil encontrar el abrigo a la hora de salir.

Último día
Nos levantamos a las 10am y una hora más tarde desayunamos en la cafetería. Nos quedaba mucho por visitar y poco tiempo, por lo que hicimos un itinerario de lo que visitaríamos antes de regresar a Madrid.

El oro de Colombia

Lo primero que visitamos el último día fue una exposición de Salamanca 2002 llamada “El oro de Colombia”. Según el punto de vista de los peruanos, esta exposición dejó mucho que desear, dado que en Perú existen cosas mucho más elaboradas, interesantes y valiosas. Para lo que sí me sirvió esta exposición fue para sentirme orgulloso de toda la riqueza cultural pre-hispánica que tiene el Perú. Por supuesto que a los europeos y colombianos les fascinó la exposición.

Museo LIS
El museo LIS fue la penúltima visita que hicimos en Salamanca. En él se exhiben colecciones privadas de adornos diversos, incluyendo estatuas de marfil y cobre, así como también muñecos, jarrones, entre otros. Lo qué más me gustó fueron las porcelanas francesas, las estatuillas rumanas hechas a mano y los impactantes y coloridos vitrales.

Iglesia San Esteban
La última parada antes de caminar hacia la estación de autobuses, fue la Iglesia de San Esteban. Esta iglesia posee un jardín interior muy raro, dado que existen plantas que nunca había visto antes, incluyendo unos arbustos blancos muy extraños. Subimos hacia el área del coro para tener una vista panorámica del interior de la iglesia y admirar el colorido y la grandeza de la iglesia. Esta iglesia posee mucho color y pinturas en el altar, y la iluminación está hecha especialmente para resaltar y hacer del altar algo majestuoso. Al salir, con pena, caminamos contra una lluvia y frío tremendo hacia la estación de autobuses.


Al regresar, fatigado, a Madrid, me puse a recordar y pensar sobre todo lo nuevo que había aprendido y conocido en Salamanca, dándome cuenta que nunca antes había aprendido tanto en tan poco tiempo. Salamanca es una ciudad que contagia mucha cultura a sus visitantes y conocerla, así como charlar extensamente con gente del lugar ha sido una de las mejores y más enriquecedoras experiencias de mi vida.

domingo, noviembre 03, 2002

Pedraza

Hoy hice realidad uno de mis sueños de niño: retrocedí en el tiempo a la época medieval y caminé por uno de los más entrañables pueblos de aquella época; hoy estuve en Pedraza.

Salí muy temprano de Madrid rumbo al norte por la carretera a Burgos y mi primo, a mi izquierda, me relataba encantado las historias del extraño pueblo feudal a dónde nos dirigíamos. Cada reseña, cada detalle, cada palabra que propalaban sus cuerdas vocales enriquecía mis ansias por alcanzar tan deseada fantasía.

Pronto nuestras ojeras madrugadoras se vieron disminuidas gracias a los paisajes de pequeños montes cubiertos de pinos y árboles que se entremezclan con los chalets y viviendas. Aparece luego, de la nada, una gran torre de algún castillo antiquísimo para continuar con una explanada verde de césped propia de un green de golf. Lo que viene a mi mente son el Quijote y Sancho en plena lucha contra el frío español de estos espectaculares parajes.

Cerca al horizonte el otoño ha hecho que los enredados árboles tengan colores contrastantes y llamativos a los ojos: amarillos se mezclan con naranjas, marrones con rojos y verdes, morados con violetas, celestes y blancos con fuego y componen desordenadas pinturas de la ambiciosa naturaleza que se muestran en distintas postales europeas, endulzan la vista y apaciguan la sed del largo camino.

Acercarnos a Pedraza emite una emoción muy difícil de describir. Algo inesperado se acerca: una montaña diferente a las demás tiene un pueblo en lo alto y una muralla alrededor. Una civilización muy antigua y conservada se distingue en el interior.

Traspasar el arco de entrada al pueblo es abandonar el mundo actual y transportarnos al siglo XI: el pueblo de Pedraza está construido en su totalidad de piedra naranja y está circundado por una gran muralla y una sola puerta. No existe otra entrada ni otra salida. Los caminos de la aldea son excesivamente angostos, los adoquines de piedra del piso se resisten al paso del tiempo, las pequeñas casas de dos pisos tienen fachadas trapeziodales con puertas de madera totalmente talladas y un escudo de piedra adorna la parte superior de cada una de ellas. Por supuesto que los techos son a dos aguas y todos los segundos pisos tienen balcones de fierro forjado engalanado con macetas de coloridas flores. En la vereda todavía se conservan los antiquísimos bancos de piedra y madera, hermosas fuentes, diminutas plazas y altos miradores.

Dentro de los límites de Pedraza, a la izquierda del pueblo junto al precipicio, existe un castillo de hadas único en su especie. La puerta del castillo, al otro extremo del puente sobre el lago muerto, es de madera y está llena de enormes y terroríficas púas creadas para corroer los troncos de madera de los enemigos que quieran derribarla.

En el arruinado interior subsisten varios jardines, torres, y habitaciones restauradas en nuestros cráneos por las interesantes anécdotas del guía de turno. Él se encargó de reconstruir, con muchas piedras, madera, esfuerzo y ahínco, los tres pisos de las olorosas viviendas, los huecos abismales usados como baños, los magníficos jardines, los húmedos calabozos y las costumbres de los antiguos españoles.

El jardín más pintoresco del castillo es uno que está en el ala izquierda, tiene el césped muy liso y alberga un esférico arbolillo en el medio. Este mágico arbusto, combinado con las paredes del castillo y los vertiginosos precipicios adjuntos parecerían haber invitado a Roberta Williams a diseñar una de las series de los tan famosos King’s Quest.

Al salir del fortín y transitar por la verde explanada auxiliar sufrimos el chantaje de nuestras vísceras y decidimos entrar a un placentero asador lugareño. Al cruzar la puerta del mesón nos elevamos mágicamente con los ojos y boca cerradas, sin escuchar más que el silencio, sin sentir las manos ni el cuerpo, pero si aspirar el excepcional aroma de cordero que nos transportó, sin darnos cuenta, hasta el pórtico de la cocina distrayéndonos de la asombrosa vista que nos gritaba desde fuera.

En el exterior del asador los balcones sinuosos de piedra gris tapizados con césped liso, las muy rojas flores de macetas naranjas y las onduladas enredaderas forman el más enternecedor sueño; en la lontananza, después de varias lomas y nubes, se distingue vagamente el hermano pueblo de Sepúlveda; banderas muy limpias flamean desde la esquina de una torre muy alta; las viviendas de la aldea encajan perfectamente una con otra y forman no un pueblo sino una nave muy redonda a punto de despegar y llevarse la tranquilidad de las flores y jardines.

Mientras ingeríamos los alimentos la atrayente vista lateral del pueblo luchaba férreamente contra el perfecto aroma que emitían los platos. El vino entró rápidamente en el combate pero cayó abatido por intervención del agua, servida dentro de una botella muy extraña similar a un botellón de remedio que tomaba mi abuelo, con una gran etiqueta estampada que leía: “Agua de Pedraza – Premio a la calidad – No exponer al sol”. Para endulzar la guerra, de postre pedí una débil tarta de manzana que al final fue la conmovida vencedora de tan insólita batalla.

Más tarde caminamos tranquilamente, vagamos por el centro y naufragamos por los alrededores encima de los pedrosos adoquines que emiten sonidos de zapateo español con cada paso; buscamos la sombra de las banderas y toldos y el fluir de las fuentes; visitamos la oscura y tenebrosa cárcel, el ayuntamiento, el cálido hotel, la magna plaza principal, la pintoresca escuela y una muy escondida taberna.

En la tasca nos sentamos por unos minutos a discutir la abrumadora cena y la magia de la pequeña villa acompañados de tonificantes bebidas. Desde mi silla pude contemplar, a lo lejos, en el medio del sombrío portón, el lento andar de tres lugareños por la plaza principal. Ellos están siempre ahí, dan vueltas por las callecitas, por el centro, saludan desde sus balcones, riegan las coloridas flores, pasean tranquilamente a sus canes por los jardines, viven en su mundo, en su ciudad, en su pueblo, lejos de las teles, de la superficialidad, del ruido, de los coches, del smog y de las carreteras.


Deambular por Pedraza es más que extraordinario; no sabes por dónde comenzar ni terminar de ver, cualquier ángulo, callejón, casa o infraestructura es digna de una postal, una pintura. Nunca me había sentido tan bien, este sitio tiene magia, y es que te hace sentir diferente, en otro sitio, en otro tiempo, en otro planeta.


JC Magot 2002